Sevilla viva, antes y después: Museo de Bellas Artes

El paso del tiempo es un adagio en silencio que recoge el pulso de la historia, sus fenómenos, contradicciones e indiferencias.

Todo fenómeno urbanita, forjado a base de una poderosa cimentación cultural, es consciente de que los auténticos testigos de lo que pasa en una ciudad son los sillares de piedra, los ladrillos, los revoques, los enlucidos y ese arsenal de elementos constructivos encubiertos por méritos de una transformación.
Es por eso que las grandes ciudades están vivas, partiendo de un ideario más o menos caprichoso, afortunado y necesario hasta el punto que, cien años en la sociedad actual, puede figurar un cambio de registro tan soberbio que no seríamos capaces de reconocer dónde estamos.

Desde Voyager Seville somos conscientes de cómo la ciudad de Sevilla ha sido un crisol de mutaciones históricas que parten de la cultura tartésica, la romana, la visigoda y árabe, para dejarnos una herencia tan ecléctica como paradójica, impulsando un híbrido modo de ver que hacen imposible detenernos solamente en una Sevilla.
A partir de ahora, y como homenaje, Voyager Seville irá publicando semanalmente un clásico “antes y después” que aluden al carácter transformador de una metrópoli que no ha dejado de evolucionar.

En este primer capítulo queremos hablar sobre el Museo de Bellas Artes. Una institución fundada en 1835, considerada la segunda pinacoteca del país y un lugar imprescindible para conocer tanto la pintura barroca sevillana, especialmente de Zurbarán, Murillo y Valdés Leal, como la pintura andaluza del siglo XIX.

El edificio se constituyó para que fuera la sede de la Orden de la Merced durante el siglo XIII después de la reconquista, modificada posteriormente durante el siglo XVII y recuperada después de la desamortización de Mendizábal en 1835 como museo, soportando no sólo un expolio afrancesado, sino la cuestionable gestión de sus fondos -malvendidos, saqueados y robados-, lo que ha supuesto que actualmente el Museo no sea uno de los más importantes del mundo.
En 1851, Balbino Marrón hizo una nueva fachada para el museo, de estilo clasicista y alejándose del carácter conventual que conservaba.​ Esta fachada fue reformada entre 1942 y 1945 por los arquitectos Alberto Balbontín de Orta y Antonio Delgado y Roig en estilo neobarroco.
Aquí podemos ver las evidencias de cómo fue y qué es ahora.